La Noche de San Juan en Peñalba fue la del 25 al 26 de junio, de sábado para domingo, para que pudiese participar más gente. Al entorno de la fuente fuimos llegando antes que la noche y comenzamos a degustar los deliciosos boquerones que prepara Gonzalo, según él sin ningún misterio, pero que a todos nos parecieron los mejores que habíamos tomado nunca. Luego las sardinas madrileñas del Cantábrico, excelentes como siempre, asadas por Teo y Andrés, mano a mano templando el fuego, luego esa panceta del Bierzo que siempre sale riquísima y entre medio los chorizos escaldados con cachelos… Fuimos acabando con la comida y con el tinto Señorío de Peñalba, naturalmente, y pasamos al postre: la magistral bica con nueces de Andrés, el repostero-panadero amigo que tampoco quiso perderse la fiesta. Empezó a correr el café, descafeinado para que nadie se ponga de los nervios. Y en estas estábamos cuando aparece Carlos, un turista de Bertamiráns adoptado en Peñalba junto a Eva su mujer, con unas botellas de licor café de Berán-Leiro, tierras del Ribeiro profundo, gracias al cual el nivel de las risas fue subiendo mientras los gaiteiros Merce, Susana y Victor, acompañados al acordeón por Mar Marqués, ponían en la noche peñalbesa melodías evocadoras de tiempos antiguos en las tierras atlánticas.
Y en esto aparece el Druida de los Montes Aquilianos, con el elixir de los dioses para preparar la queimada, la pócima secreta de aquel aquelarre, con el esconxuro y todo. La magnífica interpretación de Neira encima de la fuente fue el colofón más adecuado a aquel ritual de agua y fuego. Después, mientras el brebaje predisponía los espíritus, unos saltaron siete veces la hoguera, como manda la tradición, otros ninguna pues ya no estaban para aquellos trotes. Y así se fue despejando la fuente, unos a la cama y otros muchos a la Cantina, allí asistimos al concierto del grupo de acordeones que dirige la prestigiosa acordeonista Mar Marqués y en el que Paco, nuestro cantinero, brilla con luz propia. El respetable manifestó con sonoros aplausos su admiración por las interpretaciones del cuarteto -para mi gusto excelente la versión del Pasodoble de San Roque- coreó las canciones, bailó un poquito y llegó a emocionarse con el “A Ponferrada me voy”, que tocaron acompañados magníficamente por la gaita de Merce. Algunos y algunas siguieron contando estrellas al fresco en una noche en la que, en cualquiera de los sitios donde vivimos habitualmente, no se podía dormir con el calor.
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